martes, 28 de diciembre de 2010

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Había una vez un jovencito que ciertamente tenía mal temperamento. Un buen día, su padre, con el sano propósito de corregirlo y ayudarlo, le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma debía clavar un clavo en la cerca de atrás de la casa.
El primer día clavó nada menos que 37 clavos en la cerca. Pero poco a poco y conforme pasaban los días fue calmándose porque descubrió que era mucho más fácil controlar su temperamento que clavar los clavos en la cerca. Finalmente, llegó el ansiado día cuando el muchacho no perdió la calma por nada y se lo dijo a su padre. Entonces su padre le sugirió que por cada día que controlara su temperamento debía sacar un clavo de la cerca. Los días fueron pasando y, por último, el muchacho pudo decirle a su padre que ya había sacado todos los clavos de la cerca.

Su padre, entonces, llevó a su hijo a la cerca de atrás, diciéndole: "Mira fufo, has hecho muy bien , , , pero, fíjate en todos los agujeros que quedaron en la cerca . . , Ya la cerca nunca jamás será la misma de antes. Así, pues, cuando haces las cosas con cólera o te expresas con violencia, dejas una cicatriz cernió este agujero en la cerca. Es como meterle un cuchillo a alguien, aunque Id vuelvas a sacar la herida ya quedó hecha. No importa cuantas veces pidas perdón, la herida está allí, , , y una herida física es igual de grave que una herida verbal".

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